Descubrí el mundo de la fotografía a través de la montaña, el alpinismo y la escalada de la mano de mi padre. En aquellos días la motivación hacia la foto siempre venía acompañada por la sed de aventura, la proximidad a la naturaleza y el descubrir paredes nuevas que escalar. Eran tiempos de adolescencia, de descubrimientos, de pasar muchas horas en la roca rodeados de retos y sueños.
Con el paso de los años, la balanza entre la escalada y la fotografía permaneció equilibrada, pero fue a través de un primer viaje a India en el año 1995 cuando la fascinación hacia el ser humano se activó y se instaló definitivamente en mi vida. Posteriormente mi trayectoria profesional se centró en curiosidades y actividades relacionadas con individuos, personas o sujetos; podríamos definirlo como “una fotografía antropológica” donde el homo sapiens siempre resulta imprevisible, capaz de lo mejor y lo peor al mismo tiempo.
Viajero de largo recorrido, carne de aeropuerto con esperas interminables, revisor de rostros ajenos y fugaces, porteador de sueños visuales acompañado siempre de esas cámaras que transforman paisajes imaginarios en fotogramas reales. De ese modo, la fotografía se convierte en la herramienta perfecta para contar historias por un lado y en una filosofía de vida por otro.